Sunday, May 09, 2010

Cuatro de Cinco - ll

CUATRO DE CINCO
Por: Paco Espinoza

II

Salí de la universidad siendo Licenciado en Sistemas, destinado a trabajar en un área con computadoras. Si bien no sabría cuando oliera algo a quemado, podría tener cierto control sobre las cosas antes de que sucedieran. Que diferente a trabajar con químicos o alimentos, donde el olfato es una necesidad.

Pero no me la he vivido entre cables, computadoras o Internet. Me gusta leer, y aunque no lo hago tanto como quisiera, lo hago tanto como puedo. Comencé a visitar el puñado de librerías que hay en la ciudad y a visitar las escasas secciones de libros en las tiendas departamentales. Me he dado cuenta de que prefiero los cuentos cortos, no ocupo mucho tiempo en ellos. Para leerlos no hay como una cafetería que hace tiempo encontré. Con buen ambiente, buen servicio… y ella. Una chava a quien siempre encuentro con una novela y un vaso de café helado. Suelo llegar casi junto a ella, minutos antes o instantes después, siempre el mismo día de la semana.

No puedo evitar pensar en ella, pero tampoco me atrevo a acercarme.

No puedo tocar su piel más allá del roce pasajero y cotidiano, como un par de animales enjaulados de camino al matadero. Es un roce que lo último que puede significar es afecto.

No puedo verla sin que ella sienta el peso de mi mirada y me encuentre espiando para después sentir incomodidad y retirarse. No me gustaría representar algo negativo para ella.

Cuando la encuentro es raro que hable con alguien más... y aunque sus comentarios no tienen sentido para mí, su voz es un regalo de la naturaleza, apenas y un par de veces en estas semanas se ha encontrado acompañada... bien lo digo, un regalo de la naturaleza que sólo se pude disfrutar cuando una cantidad infinita de variables se conjuga, como el caer de la lluvia, el ruido del viento, el vaivén del mar.
Me carcajeo para mis adentros en el recorrido de mis cinco sentidos... No soy un caníbal.

Respiro tan hondo como puedo después de ese pensamiento y me doy cuenta de que el máximo contacto que podría tener con ella sería disfrutando su aroma… y eso no puede ser.

Y allí estamos dándonos la espalda. Lo mejor que se me ha ocurrido: estar a un par de pasos, mirando en direcciones opuestas y separados por el vacío entre dos sillas.

Sería tan fácil hablarle, sacarle plática y ver si congeniamos… decirle que huele rico su perfume… aunque de seguro me daría un estrellón cuando me respondiera que no usa tal… podría decirle entonces que su aroma natural es tan exquisito como las más fina de las fragancias y que por eso trato de sentarme cerca de ella.

Después de comentarle algo así, o nos besamos apasionadamente o decide nunca regresar a este lugar, donde un inoportuno degenerado la molestó.

Es mucho el riesgo… tengo miedo de perderla a pesar de que no ha sido mía, no todavía.

Me han dicho que se puede reconocer a una persona por su olor. Si yo pudiera hacerlo que agradable sería estar en otra ciudad, tal vez en otro país o continente, y en medio de la calle o caminando por la banqueta reconociera su aroma, la buscaría y haría lo posible por tropezar con ella. Me disculparía y cuando ella me dijera que no me preocupara, le diría que la conozco de algún lado, como paisanos le invitaría un café. Es tan pequeño el mundo que sólo hay que pensarlo para que suceda.

Si… eso sucedería en algún momento, cuando yo tuviera más valor.

Escucho el ruido de su silla mientras choca ligeramente con la mía. Volteo de reojo para verla salir y cruzar los ventanales del café. Nunca más la vuelvo a ver. Que delito se puede llegar a cometer en la vida pasada para pagar esta condena en la vida presente, se me priva de la única manera de recordar a alguien que significa mucho y significa nada.

La vida continúa. Ahora leo en el parque, esperando a alguien que no llega nunca.


(continuará)


Cuento publicado en la revista Yuku Jeeka #53 / Cd. Obregón, Sonora / Diciembre 2008

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