Thursday, April 14, 2011

El idioma de los necios....

Yo escribo en el idioma de los necios...

No se puede rimar en el idioma de los necios...

En el idioma de los necios la palabra cariño se confunde con el sindrome de Estocolmo...

En el idioma de los necios los poemas nacen como esquelas

En el idioma de los necios las crónicas toman la forma de una prueba de Rorschach

Para que los mandamientos religiosos tengan sentido en el idioma de los necios, estos deben ser escritos en las arenas de una playa


Paco Espinoza

Tuesday, April 05, 2011

Epigrama Primitivo

Epigrama Primitivo
Paco Espinoza



Esto que me provocas hoy

Debe ser como el sentimiento primitivo

Hasta ese momento desconocido

Que el cavernario poeta seminal

Tuvo a mal

Plasmar

En las paredes

De aquella gruta en su pecho…

Aquel vacío indiferente

Dejado

Por la que ya eras

Desde entonces

Monday, April 04, 2011

Conversación con los recuerdos

Conversación con los recuerdos
Paco Espinoza

Un cronopio afectado por el insomnio selectivo, enfermedad propia de los famas, comenzó a olvidar. Al no dormir adecuadamente los sucesos vividos dejaban de ser vívidos con el paso de los segundos, el correr de las horas y el vuelo de los años. Se diluía en el tiempo aquella vida que debía cuajarse en sueños y sedimentarse coloridamente como fotografías en los rincones grises de su casa. Famas envidiosos que se adjudicaban la enfermedad mandaron al cronopio, ahora en su vejez, a un hospital de enfermos mentales por escucharle dialogando con la luz en el viento, y sosteniendo pláticas interminables con las sombras fundidas en la noche. Los famas nunca lo comentaron, pero oír como la luz en el viento y las sombras respondían era espeluznante y sobre todo inadmisible. El cronopio por su parte no dejó de conversar con aquellos recuerdos que negándose a morir encontraron la manera de hacerse escuchar.


Microficción escrita como parte de un taller impartido por Mario Meléndez inspirada en el texto Conservación de los recuerdos de Julio Cortázar

El deportista

El deportista
Paco Espinoza

Una tarde Fernando decidió no volver a jugar Futbol con la vieja pelota de cuero ríspido. Juró conseguir una propia sin importar el precio, así se ganaría el respeto de los Yoris que tanto desdeñaban su piel oscura y hacían burla de sus “patas de adobe”, sus pies gruesos, descalzos. Por ello sufrió mucho, trabajó hasta exprimir sus brazos y arrancó tanto algodón como pudo en aquellas vacaciones para regresar a la escuela con un balón, si bien no nuevo definitivamente en mejores condiciones.

Pero el recelo no se hizo esperar y una patada mandó las esperanzas de aceptación a desinflarse entre las choyas del monte. La respuesta fue natural, Fernando se agachó y tomó aquellos pedruscos redondos que impactaron precisos en las molleras de sus rivales. Alguien le auguró un futuro como lanzador al ver tal encono, y mucho tiempo después, allá en las grandes ligas del Beisbol, el nativo de Etchohuaquila seguía encontrando en el guante de los cátchers aquellos rostros de su infancia.


Microficción escrita como parte de un taller impartido por Mario Meléndez

Crónica de una esquina de Ciudad Obregón

Crónica de una esquina de Ciudad Obregón
Paco Espinoza

Me lo presentaron en la esquina más transitada de la ciudad, cubría su rostro con una mascarilla medica para evitar contaminar los hotdogs que preparaba, pero igual recibía el pago correspondiente y daba cambio para después voltear el pan sobre el comal sin eufemismo sanitario alguno. Sus amigos le llamaban El Chapo, otros por su nombre de pila, Ariel, y cuando no estaba presente nos referíamos a él como El Tigre, que tenia por rayas varias cicatrices en sus brazos, su colmillo era largo y lo demostraba en el ring de lucha libre. No combatió monstruos del imaginario, mucho menos causas sociales, pero puso en su lugar a algún cafre del volante colectivo, y cuenta el rumor, no le importó que casi le doblaran en tamaño y peso. En esa esquina se platicaba de encuentros pasados y mascaras, de promotores caciques y caiditos para vivir al día, el compadrazgo era cosa de rudos, y yo, aficionado a las luchas, mandaba al carajo toda higiene.




Microficción escrita como parte de un taller impartido por Mario Meléndez

Ir al cine solo...

Ir al cine solo…
Paco Espinoza

Ir al cine solo, es decir sin acompañante femenina, es un discurso magnánimo al fracaso. De seguro así lo piensan todas las parejitas que me acompañan en el lento camino a la taquilla. Me apresuro a tomar la mano de mi sombra y la acerco junto a mí, con ese jaloneo que se merece quien prefiere estar en otro sitio pero no se lo permitimos. Con boleto en mano me alejo de aquella fila donde evito contacto visual, prefiero no alentar ilusión alguna de interpretar aquella Noche de los feos que escribiera cierto uruguayo.

Al acercarme a la sala, por lo general encuentro a alguien del trabajo con una entusiasta vida social que se sorprende hasta el escarnio de verme incluso sin palomitas. ¿A poco vienes solo? Me pregunta con esa sonrisa que exprime los parpados de una mirada condescendiente hasta la hipocresía.

Afortunadamente cuento con una especie de reputación como cinéfilo y puedo evadir el acto de fe en esta inquisición de relaciones interpersonales. Alego que es algo común en mí porque acostumbro películas “independientes”, pero no comprenden el término y les comento que son películas “poco comerciales”, lo cual crea mayor confusión y por tanto tengo que decirles que me refiero a las películas de arte, confiando en que les suene a “harte”. Después de malgastar saliva y perderme los avances antes de la película, disminuyen las increpaciones y aprovecho cualquier excusa fortuita para entrar a la sala con el filme de trama sugerentemente contestataria. Busco el rincón más oscuro, pues por lo menos le debo a mi sombra un lugar agradable para que haga mofa de la situación.

Y juntos, yo, mi sombra y tanta soledad, de improviso escuchamos pasar entre luz y butaca, el pegajoso caminar de aquel cuadrúpedo siamés unido por los labios al que tanto envidio y por el que he terminado nuevamente en otra fila, esta vez frecuentada por padres abrumados o solitarios hasta el desahucio que prefirieron tramitar una membresía para rentar un poco de compañía.